Fortuna by Javier Calvo

Fortuna by Javier Calvo

autor:Javier Calvo [Hernán Díaz]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788433918451
editor: Editorial Anagrama
publicado: 2023-02-23T00:00:00+00:00


4

La cola empezó a moverse. Como nos admitían en grupos, en vez de ir avanzando lentamente cada cinco o diez minutos dábamos varios pasos. Había algo exageradamente liberador en aquellas breves caminatas. A medida que llegábamos a la entrada, vi que varias candidatas entraban en el edificio pero ya no volvían a salir. Di por sentado (y más tarde confirmé) que las debían de hacer salir por una puerta trasera, seguramente para evitar que las que ya habían terminado nos contaran algo.

Si la mayoría ya habíamos estado calladas durante la espera, cuanto más nos acercábamos a la puerta, más extremo era el silencio. Estábamos solas. Y aunque en el aire no flotaba sensación alguna de hostilidad, nos enfrentábamos las unas con las otras.

El portero, que llevaba un emblema de hojalata de Inversiones Bevel como si fuera una medalla, contó hasta doce señalándonos las cabezas con el índice mientras nos dejaban entrar en recepción. Nos dijeron que esperáramos junto a un escritorio. Las paredes de mármol verde desaparecían en dirección a un techo remoto. Lo que no estaba hecho de piedra estaba hecho de bronce. Nada brillaba pero todo emitía un resplandor pálido. Los sonidos tenían una cualidad táctil, y todas hacíamos lo posible para no contaminar aquel espacio con nuestros objetos audibles. Detrás del escritorio apareció un hombre y, tal como había hecho el portero, nos fue señalando una por una con su bolígrafo. Entendimos que quería saber cómo nos llamábamos. «Ida Prentice», dije, sintiendo que se me ruborizaban las mejillas como siempre que usaba aquel nombre falso.

A las dos mujeres de más edad de nuestro grupo, y también a una chica joven y regordeta, les enseñaron una salida lateral; a las demás nos llevaron a un ascensor.

Nos dejaron salir en la planta quince o diecisiete. Al contemplar la cuadrícula de calles llenas de coches diminutos y silenciosos, el río con sus remolcadores y, más allá, los muelles y el humilde perfil de Brooklyn, me di cuenta de que nunca había estado a aquella altura. Desde allí arriba la ciudad se veía limpia y silenciosa. Más tarde me enteraría de que el edificio tenía setenta y un pisos.

Se abrieron unas puertas dobles que había al fondo de la recepción para revelar un recinto amplio, saturado del traqueteo furioso y preciso de las máquinas de escribir y de un olor oscuro y oleoso a tinta. Todas las empleadas eran mujeres. Aunque yo había trabajado en algunas salas de secretarias, ninguna se acercaba en envergadura a la que ahora tenía delante. Cuesta recordar las cifras exactas, pero debía de haber por lo menos seis hileras de unos ocho escritorios cada una. Y en cada uno de ellos, una chica más o menos de mi edad, con la cabeza ligeramente ladeada para ver mejor la página que estaba copiando. De hecho, el tronco entero estaba ladeado hacia la derecha, disociado de las manos, que permanecían centradas. El centro era la máquina de escribir.

Nunca había visto a tantas mujeres trabajando bajo el mismo techo.

Nos



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